13 años han pasado desde que me vendieron un HTC Tattoo con una ROM de Orange que no se actualizaba a Android 2.3. A mis 12 años, tuve que aprender a desbloquearle el bootloader y cambiarle la ROM, bendito aquel día. Desde entonces no he dejado el cacharreo, una costumbre que tuvo su época ferviente pero que, con el refinamiento de Android y sus funciones añadidas, ha ido perdiendo fuelle.
Hoy quiero contarte qué he aprendido en todos estos años, algunas anécdotas curiosas y cómo he sobrevivido a innumerables brickeos por tocar más de la cuenta. Cambiar la ROM al teléfono es algo maravilloso, aunque tenga sus riesgos añadidos.
La época dorada de CyanogenMOD
El HTC Tattoo fue el primer móvil al que le metí mano. Al tener una ROM de operador, no se actualizaba, y ni siquiera tenía acceso a Play Store. Antes de Play Store teníamos Android Market, y no me era posible instalar WhatsApp desde allí. ¡Cómo iba a quedarme sin WhatsApp! Busqué un tutorial en HTCmania y empecé el proceso.
No tenía ni idea de lo que estaba haciendo, ¿cómo iba a saber con 12 años qué es un bootloader, un custom recovery y una ROM? Conecté el teléfono a mi vetusto portátil y empecé a copiar y pegar cosas en la consola de comandos.
Lo brickeé al momento, no se podía saber. El teléfono no pasaba de la pantalla de inicio, lo que se conoce como un bootloop. Pero habíamos venido a jugar, así que repetí el proceso hasta que acabó funcionando. El teléfono arrancó, con un sistema más limpio, mucho más rápido y actualizado.
Qué pasada, pensé. Era posible tener un teléfono completamente distinto con solo cambiarle el sistema operativo. Es importante recalcar que, hace unos años, los operadores personalizaban las ROMs de los teléfonos, y muchos se quedaban sin actualizar, cargados de apps del operador y funcionando fatal.
Desde entonces fue un no parar, a todos los teléfonos les instalaba CyanogenMOD, ROM que he disfrutado en el Samsung Galaxy ACE, Sony Xperia Tipo, Motorola Moto G, OnePlus One, etc.
¿Miedo a brickear? No con Qualcomm
Cambiar de ROM conlleva riesgo de brick, y aquí hay principalmente dos tipos. El bootloop o soft brick que se da por algún error menor en la instalación y mediante el cual el teléfono no pasa de la pantalla de bloqueo. Se suele solucionar fácilmente, ya que no hay partes dañadas en el sistema.
Pero luego está el hard brick, cuando te cargas el teléfono y no hace nada, ni enciende, ni puedes acceder a recovery, ni a fastboot, ni a nada. Si algo he aprendido en estos 13 años rooteando es que, si el móvil tiene un procesador de Qualcomm, es prácticamente indestructible.
Mi primer hard brick fue en un OnePlus 5, completamente muerto tras instalar una ROM a lo loco. Qualcomm es un fabricante que ofrece mucho más abierto en temas de drivers respecto a rivales como MediaTek por lo que, si tienes un móvil popular, casi siempre habrá alguna herramienta para revivirlo.
Es el caso de la herramienta china que ves encima de estas líneas. Conecté el teléfono, logró enviarle las imágenes necesarias para el arranque (bootloader, recovery, imagen del sistema, etc.) y... móvil como nuevo. Aunque el susto en el cuerpo no te lo quita nadie, claro está.
Las ROMs siguen siendo divertidas, aunque cada vez menos necesarias
El proceso de conectar el teléfono al ordenador, abrir la consola de comandos, desbloquearlo, escoger la ROM que quieres... En mi opinión sigue siendo algo divertido, que le da alas a un sistema tan abierto como Android.
El sistema ha mejorado mucho y las ROMs de los fabricantes son completas, pero si te gusta la personalización y mejorar tu teléfono, son más que recomendables. Menos carga de aplicaciones preinstaladas, opciones para mejorar el rendimiento del teléfono, actualizaciones más rápidas, etc.
Sin ir más lejos, en mi POCO F3 tengo instalada Xiaomi.eu, una versión de MIUI sin bloatware de Xiaomi ni de Google, y actualiza tanto a Android 12 como a MIUI 13 antes de que el propio fabricante actualice.
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